El Arte ecuatoriano en el siglo XX
Hay que tomar también en cuenta el fácil intercambio de experiencias, mediante viajes, exposiciones internacionales y publicaciones ilustradas, que los artistas de hoy pueden aprovechar...
Foto: mdarena.blogspot.fr
Una ojeada histórica al Arte ecuatoriano del siglo XIX ha permitido colegir el afán del país por conservar la tradición quiteña de afición a esta rama de la cultura. En el interés de prolongar la visión al arte del siglo XX, procuraremos, antes que insistir en detalles biográficos, insinuar puntos de vista nuevos, que faciliten la comprensión de las manifestaciones artísticas de nuestro tiempo.
Factor decisivo en la promoción del arte ecuatoriano ha sido la creación definitiva de la Escuela de Bellas Artes, el 24 de mayo de 1904, por iniciativa del ministro entonces de Instrucción pública señor Luis Martínez. La enseñanza comenzó con los artistas quiteños Salas, Pinto y Manosalvas. Pero ya en el informe de 1906 el señor Julio Román hubo de lamentar la muerte de los viejos maestros, que dieron las últimas muestras de su pericia y experiencia.
El anhelo de poner al día la Escuela de Bellas Artes obligó a echar mano de un recurso, que se convirtió en un factor nuevo del movimiento artístico ecuatoriano. Consistió en comprometer en Europa a profesores que aclimataran en Quito las corrientes nuevas del arte y también en enviar becarios a centros europeos a que asimilaran los últimos adelantos de la técnica. Años más tarde, a este expediente se sumó la presencia en el Ecuador de artistas europeos, que se sintieron seducidos por los motivos que ofrecía el ambiente y enseñaron, con el ejemplo, a expresar en forma nueva las impresiones del medio físico y social.
Hay que tomar también en cuenta el fácil intercambio de experiencias, mediante viajes, exposiciones internacionales y publicaciones ilustradas, que los artistas de hoy pueden aprovechar, para informarse de las modalidades que va asumiendo el arte en los diversos sectores del mundo de la cultura.
La Escuela de Bellas Artes constituyó para el Gobierno un timbre de honor. En el informe, presentado por el ministro señor Luis Dillon, el 30 de junio de 1913, ponderaba el éxito conseguido en la Institución por la enseñanza del señor Raúl María Pereira, profesor de Pintura; del señor León Camarero, profesor de colorido y composición; del señor Paul Alfredo Bar, profesor de dibujo; del señor A. Dobe, profesor de Litografía y del señor Juan Castells, profesor pinturista en la misma sección de Litografía.
Presto la Escuela de Bellas Artes comenzó a dar sus frutos. Muestra obligada de adelanto constituyó la Exposición anual de los trabajos, con premios a los vencedores. El ministro doctor Manuel María Sánchez, en su informe de 1915, dio cuenta de la II Exposición anual de la Escuela de Bellas Artes, inaugurada el 10 de agosto de 1914. Entonces obtuvieron premios Antonio Salguero, Eugenia de Navarro, Paul Bar y Juan León Mera, en el tema de paisaje; Víctor Mideros, José Yépez y Enrique Gómez Jurado, en la pintura de figura humana; Luis Salguero, en pintura de género; Roura Oxandabero, en la sección de Dibujo y Jesús Vaquero Dávila, en la de Artes retrospectivos.
A la Exposición enviaron también trabajos los ecuatorianos que gozaban de becas en el exterior y fueron: Manuel Rueda, Antonio Salgado, José Salas Salguero, José Moscoso, Luis Aulestia, Luis Veloz y Nicolás Delgado.
El ministro Sánchez informó asimismo que había adjudicado a la Escuela de Bellas Artes el kiosco de La Alameda, para los cursos superiores de escultura, pintura decorativa, salón de exposiciones anuales y galería permanente de obras de arte.
La Dirección de la Escuela ha estado a cargo de personas que se han interesado en mantener la orientación con que fue fundada. Frente a ella han figurado don Pedro Traversari, don Víctor Puig, José Gabriel Navarro, Víctor Mideros, Nicolás Delgado, Pedro León Donoso, Diógenes Paredes.
Como institución ha sido el centro por donde han pasado casi todos los artistas que han dado prestigio al arte ecuatoriano, primero como discípulos y después como maestros.
Desde el punto de vista moderno, que tiende al desarrollo de la intuición creadora, cabe anotar que en la Escuela de Bellas Artes se ha propendido de preferencia a la formación academicista. La enumeración de motivos pictóricos, como el paisaje, la figura humana, pintura de género, dibujo, arte retrospectivo, demuestra la insistencia en la clasificación de temas y en el adiestramiento del aprendiz para producir una obra determinada de arte. No cabe, sin embargo, desconocer el provecho que de esta formación obtenían los alumnos. Al respecto, debemos recordar la observación de Baudelaire, a propósito de la obra y vida de Eugenio Delacroix: «Es claro que los sistemas de retórica y prosodia no son formas de tiranía arbitrariamente establecidas, sino una colección de normas exigidas por la organización misma del ser espiritual: nunca los sistemas de retórica o de prosodia impidieron que se manifestara claramente la originalidad de un artista. Más bien acontece lo contrario, esto es, que hayan favorecido el florecimiento y la manifestación de la originalidad».
Pedro León Donoso da testimonio de la transición, de la forma de enseñanza académica, a la manera nueva introducida por Paul Alfredo Bar. El método antiguo consistía en ejercitar al aprendiz en copias de modelos extranjeros, exhibidos ante el grupo de alumnos, en el aula de la Escuela. Fue una suerte de revolución el hecho de obligar a los aprendices a pintar al aire libre, trasladando al lienzo la impresión del paisaje natural, el interior de un patio colonial o un episodio de vida campesina. De esta nueva orientación de la Escuela brotaron los paisajes de Juan León Mera, los rincones coloniales de Sergio Guarderas, los patios conventuales de Alfonso Mena y los cuadros impresionistas de Ciro Pazmiño y Luis Moscoso.
Fuente : www.cervantesvirtual.com
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