Ramiro Noriega y la cultura ecuatoriana

Nos hace falta la extrañeza, la ruptura, nos hace falta la historia, y por lo tanto la profundidad.



Permítanme agradecer su presencia, especialmente la de los estudiantes de la Universidad de las Artes. En su nombre quiero referirme un saludo especial a los estudiantes de Artes Visuales que participaron en el Salón de Julio y que han resultado ganadores de varios premios, reivindicando la legitimidad de las tareas que aquí se vienen haciendo desde hace más de una década, en esto que ya es historia.
Quiero saludar también la presencia de los familiares de Ricardo Maruri, escritor y profesor del ITAE, en cuyo honor fue fundada esta Sala de Lectura, que hoy inauguramos en este espacio bonito y funcional. Es importante recordar y celebrar la memoria, sin ella la inspiración no es posible. A los profesores que nos acompañan les extiendo un saludo fraterno. Su labor diaria es más que crucial.
Permítanme agradecer a las personas que han contribuido en el establecimiento de este nuevo escenario del diálogo y del debate que tanta falta nos hace: a los bibliotecarios de la Universidad y del ITAE, que han conformado esta colección que nos enorgullece. A los trabajadores, electricistas, albañiles, pintores, que han consagrado su tiempo para que esto funcione bien y sea lindo de verdad. Un agradecimiento espacial a la Coordinación de la Biblioteca de la UArtes por su esmero y profesionalismo. En fin, un saludo especial a los medios de comunicación, a las autoridades de cultura de la ciudad y de la provincia.
En ocasión de esta inauguración, o repotenciación, o celebración, permítanme una brevísima reflexión, que sale forzosamente del lector y del espectador que, de todos modos, soy.

La extrañeza es necesaria
La distancia es importante. La extrañeza es necesaria. Lo digo pensando en Brecht. Esta cita hoy, en el nombre de Ricardo Maruri y por lo tanto de los profesores/artistas (esa noción que debemos reivindicar en el sistema de educación superior), esta cita nos permite esa distancia necesaria.
Brecht se refería a la experiencia de la expectación para afirmar el carácter transformador del teatro. Ahora diríamos de la cultura. En la dramaturgia brechtiana la ilusión del naturalismo, o mejor dicho, la afirmación de la mémesis absoluta, es una de las trampas del arte, o mejor dicho todavía, del sistema del arte. Hay que recordar que cuando Brecht afirma esto están en pleno florecimiento los negocios del cine/espectáculo y también los negocios de la guerra. Como en otras ocasiones, el poder político acudía a las artes para refrendar en ella su supuesta legitimidad.
Brecht refiere a esta noción de la ‘extrañeza’ para reafirmar el carácter ficticio del teatro, o mejor dicho del arte. No. Del teatro. Pero dice, especialmente, para señalar la necesaria distancia que debe existir entre un escenario y otro. Su decir, en ese sentido, es subversivo. No nos extraña por tanto el exilio de Brecht.
La idea de la ficción aparece antes que como una ilusión como un leitmotiv. El engaño no es el propósito, es el motivo. Hacer como, fingir, actuar, esgrimir, maquillar, travestir… Se podría decir también: hacerse como, fingirse, jugarse, actuarse, esgrimirse, maquillarse, travestirse.
No es suficiente ser, hay también que parecer. De la dramaturgia de Brecht aprendemos de la importancia del artificio pero no solo como tal, sino como evidencia. No se trata de ocultar el artificio, los mecanismos del parecer. Para Brecht, el teatro adquiere todo su sentido en sí mismo, es decir, en su necesaria fractura con respecto a lo real.
Sin embargo de lo dicho, nadie puede afirmar aquí que el teatro de Brecht no está atado a la historia. Todo lo contrario. De entre los dramaturgos del siglo XX, tal vez sea Brecht el que más incide en la tradición occidental en la relación entre el arte y la política, y por supuesto, entre el arte y la sociedad. Lo que dice el teatro de Brecht de la historia se podría resumir en lo que dice Brecht de la mirada. Para Brecht, la mirada que no extraña es ciega. La noción de la ‘extrañeza’, al contrario de lo que se pudiera concluir, vale para afirmar el valor de la tensión. Del tiempo que transcurre, de la piel que recubre el cuerpo, un cuerpo.
Estas ideas sobre la distancia, en definitiva, son ideas a favor del tiempo y por lo tanto de la diferencia, y ciertamente del movimiento.
Hoy estamos aquí en ese punto donde el tiempo cobra por un instante forma. Donde deja, en cierta manera, de ser una abstracción. Las cosas cambian, se mueven. Hay una cierta lejanía que se instala, y con ella la nostalgia, que no la melancolía. Esa lejanía dice algo sobre lo que somos y lo que fuimos. En este caso, la gente como yo que venimos de otra parte, nos instalamos en los tiempos que no conocimos antes.

Me refiero en este caso al tiempo de Ricardo Maruri, cuya memoria celebramos hoy y aquí. Ignoro lo que pensaría él de esto, de este salón de lectura, de esos libros y de estas reflexiones someras.
Me refiero también por supuesto al tiempo de lo que ha sido el ITAE, pero no como una concreción institucional, sino como una experiencia que ha ido cambiando de forma y también de escenarios hasta ser, en tanto tal, lo que es hoy, un elemento de inspiración, una base fundacional y también un recuerdo de lo que es hoy la Universidad de las Artes, ya no como proyecto, sino como algo posible.
Estoy convencido que debemos explorar en esas extrañezas, en esos lugares inciertos para entender mejor lo que estamos haciendo, nuestra parte en estos sucesos diarios, como llamaba Pablo Palacio a la enigmática deriva cotidiana.
Nos hace falta la extrañeza, la ruptura, nos hace falta la historia, y por lo tanto la profundidad.

Fuente : uartes.edu.ec

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