Gerardo Guevara, ocho décadas de amor por la música

A sus 88 años, Guevara, una de las leyendas vivas del pentagrama ecuatoriano, persiste en su empeño por lograr que la música transforme, de alguna forma, la vida de las personas

Foto: El Universo


El violín es uno de los instrumentos que más lo sedujeron durante sus años de infancia. En sus clases con el cuencano Corsino Durán, descubrió su inmensa versatilidad sonora. Años más tarde, conoció la obra de violinistas como el polaco Henryk Szeryng, el lituano Jascha Heifetz y el estadounidense Yehudi Menuhin.

En un viernes de marzo, al mediodía, en San Antonio de Pichincha, Gerardo Guevara viste traje y corbata. Está sentado en una silla de ruedas que es impulsada por María Jaramillo, su compañera de toda la vida. Cuando habla, lo hace de una manera pausada y con un timbre de voz potente. Sus ojos son dos grandes esferas luminosas cargadas de ocho décadas de historia musical.

A sus 88 años, Guevara, una de las leyendas vivas del pentagrama ecuatoriano, persiste en su empeño por lograr que la música transforme, de alguna forma, la vida de las personas. El derrame cerebral que sufrió hace 25 años y la pérdida progresiva de su capacidad de escucha con el oído derecho no han mermado esos esfuerzos.

Como una forma de rememorar el idilio que tuvo con el violín, y por pedido del Centro Ecuatoriano Norteamericano, presentó hace unos días las partituras de Concierto de Violín, su pieza más reciente y la primera, de sus más de 600 obras, dedicadas exclusivamente a este instrumento.


En el jardín que está afuera de su casa vuelan los colibríes y se agitan los árboles de chirimoya. Más allá, aparecen las montañas terrosas que circundan el sector de la Mitad del Mundo. Este es el paisaje que lo ha acompañado en sus últimas composiciones, una de ellas dedicada a Eloy Alfaro, un personaje al que considera esencial en la historia del país.

El ímpetu nacionalista de Guevara nunca ha caído en el chauvinismo. Los años que vivió en París le enseñaron que amar la tierra donde había nacido no era ningún impedimento para considerarse un hombre planetario, como sostenía Jorge Carrera Andrade.

La culpable de su amor por Francia es Nadia Boulanger, su maestra de composición en la École Normale de Musique de París, donde se graduó como director de orquesta. “Creo que, como compositor, uno que la historia dirá si fue bueno o malo, tengo la obligación de decirles a mis coterráneos que amen a su país, pero también que amen la música”. En el interior de su casa hay un estudio lleno de diplomas, medallas, reconocimientos y fotografías que dan cuenta de su trabajo. La más grande es, precisamente, en la que aparece con Boulanger.

Jaramillo está sentada a unos metros de allí. Después de sorprenderse del revoloteo de un colibrí color turquesa, que observa por el gran ventanal que hay en el comedor, cuenta que la nueva composición de Guevara estuvo acompañada por la obsesión que tiene por la lectura, una actividad que en ocasiones lo ha llevado a despachar un libro de un solo tirón.

Guevara está convencido de que el país ha tenido grandes escritores. Con los mismos ojos que devora libros mira con firmeza y suelta el nombre de Juan Montalvo, Jorge Enrique Adoum, Carrera Andrade (a quien conoció durante su estancia en París) y el de César Dávila Andrade.


1958 fue especial dentro de su carrera musical. Ese año presentó ‘Yaguar Shungo’, un ballet para orquesta sinfónica, coro y recitantes. Esta obra, que podría entrar en diálogo con piezas literarias como ‘Boletín y elegía de las mitas’ de Carrera Andrade, es la que, 61 años después, considera la más importante de su vida.

Guevara está frente al piano en una especie de pequeño trance. Sus dedos, a diferencia del resto de su cuerpo, se mueven en pequeñas ráfagas. Jaramillo, acostumbrada a hablar con los sonidos del piano de por medio, cuenta que está armando un catálogo con todas sus composiciones, obras donde destacan piezas para música coral, piano, guitarra, flauta, música para niños y para cantantes. “La obra de Gerardo es extensa. Tenemos tantas composiciones desconocidas y tantos libros que lo mejor que se podría hacer es crear un centro cultural que preserve su legado”, sostiene.

Cuando Guevara termina de tocar el piano, donde reposan un puñado de fotografías familiares, se queda por unos instantes solo en medio de la sala mirando el movimiento de un gigantesco árbol de tocte que hay en el jardín. Minutos antes contó frente a la cámara de video de unos familiares que le están haciendo un documental; que la música siempre ha sido su lenguaje, uno con el que no dejará de intentar que los ecuatorianos sientan el amor que él tiene por el país.

Fuente : elcomercio.com

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