Vasija de Barro, la fascinante historia de una canción ecuatoriana
El Oswaldo explicó que los Incas enterraban a sus familiares dentro de la vasija junto con alimentos.
Bueno como no sabía donde poner esto, me imaginé que acá pegaría. Vasija de Barro es uno de los himnos de este país y por ende un símbolo nacional. Esta es su historia y la canción original: texto extraído del libro "Gonzalo Benítez: tras una cortina de años."
Me encontré en la calle Guayaquil con el Oswaldo Guayasamín y nos invitó, pues, a una reunión en su casa para el viernes siete de noviembre de 1950 a las siete de la noche; pero recién podíamos ir después de la Radio a las nueve y media. “A la hora que quieras”, me dice, “y por favor invítale al Valencia”.
Así que fuimos a donde el Oswaldo, pero no tenía la casa de ahora sino que vivía donde el papá, al frente de la Basílica. Llegamos como a las diez y media y les encontramos ya medios avanzados. Fuimos con una guitarrita mía que después rompió el Valencia en una reyerta. No ve que le prestaba mi guitarra para sus serenatas; así, que él se había defendido con la guitarra y me entregó el mango no más...
En la fiesta había unos 80 invitados entre poetas, pintores y alumnos de la Escuela de Bellas Artes de La Alameda. Ahí nos pidieron que cantemos y después del canto ya se hicieron grupos, así es que me fui a donde tomaban menos y el Valencia se fue a donde estaban dándole duro.
Ahí le veo al Jorge Carrera Andrade que estaba ilusionado con un cuadro del Oswaldo llamado El Origen. El cuadro estaba todavía fresco y hasta me manché los dedos. En la pintura había una vasija de barro y, dentro de esta, unos esqueletos pequeños, de niños. El Oswaldo explicó que los Incas enterraban a sus familiares dentro de la vasija junto con alimentos. Se impresiona el Jorge Carrera y le vemos que se va a la biblioteca, coge un libro y en la contratapa escribe una estrofa:
Yo quiero que a mí me entierren
como a mis antepasados
en el vientre oscuro y fresco
de una vasija de barro.
Nos impresionó a nosotros también... Cuando en eso coge el libro el poeta Hugo Alemán y debajo escribe otra estrofa:
Cuando la vida se pierda
tras una cortina de años
vivirán a flor de tiempo
amores y desengaños.
Y para susto de todos coge el libro el pintor Jaime Valencia que escribe un cuarteto muy lindo:
Arcilla cocida y dura
alma de verdes collados
barro y sangre de mis hombres
Sol de mis antepasados.
Entonces cogí el libro porque dije a mí me toca poner alguna cosita, cuando en eso me arrancha el Jorge Enrique Adoum y me dice: “Ve vos después cantarás”. Cogió el libro, corrigió cosas y puso la cuarta estrofa:
De ti nací y a ti vuelvo
arcilla, vaso de barro
con mi muerte yazgo en ti
de tu polvo apasionado.
Terminado eso, se dieron las vueltas, nadie sabía quién iba a poner música, qué se iba a hacer con la letra. Serían las doce y media. Cuando le veo al Jorge Carrera Andrade que se acerca donde mí con el libro. Entonces me dice: “Vea Gonzalo, esto con música tiene que ser una belleza”. Pensé y le dije: “Bueno”, así es que cogí la guitarra.
¿Y ahora qué hacía? El Potolo estaba dándole al chupe* y era muy difícil concentrarse con la bulla de la gente, pero como ya le acepté, bajé unas gradas con luz que había al fondo, agarrado la guitarra y el libro. Me demoré cerca de una hora y, cuando ya estuvo, regresé y encontré a mi compañero Valencia medio dormido en un sillón.
Total que le levanto y le digo: “Primero oíme cantar”. No le gustó y me dice: “Pero vos le has puesto un ritmo cadencioso“. Le digo: “No, porque la música tiene que estar de acuerdo al sentido de la letra”. “No, me dice, ponéle ritmo de albazo”. Le dije que no, porque el ritmo de danzante es telúrico. No acepto que le cambies.
Y como él siempre decía que es hincha del Aucas y que nunca pierden, cuando mucho empatan, le dije que yo era de la Liga y que ahora sí él iba a perder, ni siquiera a empatar. Así que le fui obligando y, como tenía buen oído, aprendió rápido.
Ensayamos para hacer el dúo y cuando cantamos la gente se emocionó tanto que se han pasado cantando hasta las seis de la mañana. Yo me salí como a las dos, porque como no chupaba... Ahí nació la Vasija de barro, que ahora es cantada en todo el mundo. Yo mismo no creía.
Parte II
Para que quede como documento, les pedí a los que escribieron que firmen y yo también dibujé un pentagrama y escribí los primeros compases. Entonces le dije a Valencia que firme también, como él estaba cantando...Y así quedó.
Incorporamos la canción al repertorio de las audiciones y seis años después, todavía nadie quería grabar esa pieza, ¿qué tal?
Así que fui donde Gustavo Müller de Discos Nacional a decirle: “Tengo una canción muy bonita”, y le canté la Vasija de barro. No me dio ni la hora. No llegué ni a la segunda parte porque me dio coraje. “No, no”, me dice, “eso no es comercial, eso no se va a vender”. ¡Qué cosa más equivocada en que estaba! Hasta que ya no le quise ni oír y me salí. Pero me dije: “A este tengo que ganarle”.
Incluso el Potolo se resistía a cantar y me decía: “Más bien cantemos estotra canción porque esa ya está en desuso”. Ahí me daba iras. Me fui a mi casa -en la calle Imbabura, más arriba de la 24 de Mayo-, recorté un cartoncito y me puse a pintar una vasija de barro, le puse los pedacitos de hueso y le hice una portada de disco poniéndole Vasija de barro en letras grandes, porque hasta ese momento no tenía título la canción.
Volví para convencerle a Gustavo Müller. Fui con mi dibujito y cuando me recibe le digo: “Verá, le he traído este dibujo”, y me dice: “Bonito está. A ver, ¿cómo es la canción? Cántele porque no le oí bien”.
Le canté otra vez y pregunta: “¿Con qué instrumentos podemos grabar esto?". Le digo: “Con los mismos que tenemos”. “Entonces cite a ensayo a los músicos”. Así que reuní una orquesta de diez músicos. Al piano estaba Lucila Molestina de Pólit; en la flauta, Eduardo Di Donato; y dirigió la orquesta Manuel Espín (padre de Enrique Espín Yepez) y él mismo hizo los arreglos. Entonces hizo la grabación Gustavo Müller que sabía grabar muy bien y era profesor de sonido. Salió un disco con ocho temas y luego en un “estandar play”. Esto sucedió en 1956.
Cuando salió a la venta el disco, fui al almacén y oigo una bulla grande y cuando pregunto, me dicen que abrieron a las ocho de la mañana y a las once ya no había ni un disco. Se agotó el tiraje y estaban apuraditos en hacer una edición mayor. Así fue.
Esta canción se volvió representativa de la música ecuatoriana. Pero antes había otra canción: Guayaquil de mis amores; era lo que se conocía en el exterior, porque fue grabada el año 30 en Nueva York por el dúo Ecuador (Ibáñez-Safadi). Algunos piensan que esa fue la primera grabación ecuatoriana, pero el año 25 las hermanas Fierro ya habían grabado en Radio El Prado de Riobamba. El año 32 comenzó a grabar Carlota Jaramillo en Radio El Prado. En ese tiempo había también el dúo quiteño Páez-Villavicencio, hasta que apreció el dúo Benítez-Ortiz. Después vino el resto.
Comenzaron a aparecer “compositores” de la música de la Vasija de barro. Hasta hubo un señor de Riobamba, que había mandado una partitura diciendo que era su música. Lamentablemente para ellos, mandaron después de que apareció el disco. Cuando grabamos, el Gustavo Müller nos exigía poner autor de la música y pusimos Benítez-Valencia, pero esa música es hecha por mí solito y en la forma como les conté. Incluso los derechos de autor también le reconocieron al Potolo Valencia.
Ahora no tengo idea cuántas versiones habrá de la canción, pero, sin presunción de nada, le digo que esa música me salió bien y como dicen los chilenos, al tiro. Me parece una música muy adaptable para interpretación de solista, dúo, trío o coro.
Fuente : ecuadornoticias.org
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